—¿Cómo y cuándo empezaste a escribir?
Soy un escritor tardío. Al menos en el campo de lo que se llama «literatura de género». Escribí mis primeros ensayos sobre antropología, que era un tema que me interesaba mucho, a mis 18 años. De ahí pasé al microrrelato. Empecé a escribir mi primer manuscrito de ficción a los 26 años, llamado Código Golondrina; una novela negra sobre unos inmigrantes latinoamericanos en Chicago que eran asesinados sistemáticamente por un grupo de supremacistas. No creo que vea nunca la luz fuera del cajón a doble cerrojo donde quedó encarcelado… pero le guardo mucho cariño: me enseñó a escribir.
—¿Además de relatos escribes otros géneros?
Sí. Bueno, yo creo que el género es una etiqueta comercial. No suelo pensar en el género que estoy escribiendo, como para no ponerle una camisa de fuerza a la historia. Creo que la historia se debe primero a los personajes, luego a la trama, al estilo, al mensaje, y que todo termina componiendo una serie de géneros solo cuando al lector le parece que es lo uno o lo otro. Cuando este lo decide, no antes. Así que sí, escribo muchos géneros, tantos como el lector consiga identificar.
—Explica a los lectores qué van a encontrar en tu libro.
Varios estilos dentro de la fantasía y la narrativa. La idea es que los relatos sean por completo diferentes entre sí, tanto como si hubieran sido escritos por diferentes personas. Hay algunos perturbadores, como el del muchacho que debe cuidar a su madre enferma de cáncer. Otros mitológicos, que se sienten viejos, que abordan el folclor africano. En el primero, el de «Los cinco rostros de Dios», transcurre la vida entera de una persona. Y uno en particular se dedica a profundizar las bases de un concurso de Nigromancia. Creo que hay variedad, sobre todo.
—¿Qué es lo que más te ha costado escribir durante tu proyección como escritor/a?
Considero muy difícil incorporar la minucia histórica cuando estás escribiendo algo ambientado en una época muy específica. Es muy fácil errar en los detalles. Me ocurrió en el relato de «Lílipo y el noúmeno» con una tontería de lo más elemental: empecé a hablar de los cristianos cuando se supone que estábamos en el siglo II a.C. Por fortuna me lo hicieron ver casi con un golpe en la cabeza. En la histórica me parece muy, pero que muy importante contar con el punto de vista de una persona que conozca muy bien dicha época, así tú solo seas un investigador ajeno que usa la ambientación con fines narrativos. Así lo desconozcas, en especial si lo desconoces.
—Si tuvieras que elegir lo mejor que has escrito. ¿Qué elegirías?
Tal vez no lo mejor, porque siento que todo es susceptible de mejorar… pero sí sé que hay dos relatos a los que les guardo mayor cariño: «Mamá dejó de respirar», pues es autobiográfico; y también el «Mito de los Lapü». Este último lo escribí mientras releía toda la obra de Borges, y no hay nada ni nadie que supere a Borges como cuentista. Siento que ese relato lo escribí con todo el amor que le tengo a su obra.
—¿Quiénes son tus referentes literarios? ¿Crees que influyen en tu forma de escribir?
Borges, como cuentista. Respeto muchísimo el estilo de Fernando Vallejo, porque es un gran gramático y su retórica es al tiempo simple y muy bien elaborada. Úrsula K. Le Guin es una maga de la escritura, y me influenció mucho cuando estaba sacándoles punta a la fantasía. A David Mitchell le tengo especial cariño por El atlas de las nubes. E Ítalo Calvino hace algo de verdad único y yo creo que consiguió lo que pocos: escribir historias imposibles de encasillar dentro de algún género.
—¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído que te haya marcado o haya sido significativo para ti?
¿Otto es un rinoceronte? Tal vez este. Lo releí muchas veces cuando era niño. Pero el libro, el gran libro de mi vida es Rabos de lagartija, de Juan Marsé. Me destrozó. Lo leo una vez cada año y siempre me deja igual de conmocionado. Es una enciclopedia cuando quiero escribir un diálogo convincente o personajes con alma.
—¿Tienes alguna anécdota curiosa como autor para compartir? ¿Cuál?
Cuanto terminé de escribir los relatos, hubo uno que sacó de casillas a algunos miembros de mi familia. «Mamá dejó de respirar» tiene un tinte autobiográfico, algo burdo. Muy pocos quisieron darme comentarios cuando les pedí su opinión, sobre todo los involucrados directamente. Creo que perturbé algo allí, en ellos. Fueron momentos difíciles. La pérdida de un ser cercano siempre lo es, pero aquí la historia está deformada, retorcida a veces, con los elementos fantásticos perturbando el delirio. No se los tuve en cuenta, y espero que el lector tampoco. Algunos no me hablaron en días, y yo sentí que había cometido un error al dejar ese relato en el manuscrito definitivo. Al final, todos escribimos una mezcla entre experiencia e imaginación. En mi caso, no solo era algo que podía hacer, sino que necesitaba hacer. En fin. Cuando lo lean, sabrán a que me refiero.
—¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?
Sí. No tengo un nombre definitivo, pero es una novela que tiene una base de ficción histórica y algunos elementos de la fantasía. Se ambienta en la época de la trata de esclavos africanos por parte de las potencias europeas del siglo XVII, y gira en torno a un periodo muy puntual: el reinado de la Reina Nzinga de Angola, que para entonces era el Reino de Ndongo. Llevo un… 10%, tal vez. Falta mucho trecho, y la investigación de los hechos históricos ha sido bastante ardua, pues los mbundu, como se les llama a los miembros del Reino de Ndongo, no conocieron la escritura formal. Así que lo poco que sabemos de sus costumbres es a través de los exploradores y misioneros que recorrieron los caminos. Me he divertido mucho.
—Gracias por acercarnos un poco más a ti.