Caballos perdedores

LA ÚLTIMA CARRERA DE TODOS MIS CABALLOS PERDEDORES

Adolfo Marchena

Miedo

Somos la ausencia dentro de una esfera. Somos nosotros buscándonos a nosotros mismos y ese miedo que siempre nos convoca. Somos la tentativa de un suicidio a la deriva. Los restos del último naufragio. En el libro Moby Dick, de Herman Melville, el capitán Ahab es otro caballo perdedor que apuesta y sabe que la muerte ronda porque la gran ballena es invencible. Pero su obsesión es más fuerte que todos los hombres y mujeres que fueron justos y buscaron causas más hermosas que la propia vida. El propósito de ser resulta de la derrota inadvertida. Hay un sol que nos contempla y anhelamos la lejanía y la intemperie porque jamás alcanzaremos su hermosura y la distancia que nos separa de todo lo bueno y la belleza. Me sumerjo en la mirada del último de mis caballos perdedores y sus ojos negros. Hay un coronel que no tiene quien le escriba y pienso en García Márquez y es otro naufrago que espera. Es esa ciudad envuelta por el Sena y su promenade en bateau* donde paseo por sus orillas y como el viejo coronel aguardo en el buzón la carta que, intuyo, jamás me escribirán porque no sueñan. Porque nunca aceptaré una patria si no existen las patrias y sólo el dolor y el reflejo del dolor en las charcas que dejan la lluvia y los aguaceros son eso, la única estancia donde habitamos cuando dejamos de creer en toda la inocencia y los libros que ardieron en las hogueras y el fuego de la soberbia que siempre abofetea y se camufla entre los rescoldos.

Mi caballo

Ese es mi caballo perdedor y tiene nombre. Es el nombre de todas las mujeres que amé y todas las amistades que se fueron. Tal vez no supe apreciar ni distinguir el cielo del infierno. Tal vez mañana amanezca y ya no exista ni logre perdonar todos los errores de una vida donde no supe comprender que sólo los caballos perdedores supieron, o lo intentaron, demostrar que no es preciso atravesar la meta en primer lugar, sino cruzarla. El escritor Cormac McCarthy abre su Trilogía de la frontera con la novela Todos los hermosos caballos. En ella, su personaje, John Grady Cole (un muchacho de dieciséis años) descubre la dureza y la violencia al otro lado de la frontera. Percibo que todo es pendular y el movimiento, en realidad, no existe. Que soy ese caballo perdedor por el que nadie apuesta, ni jamás apostará, porque piensa que, en realidad, es eso: un libro que comienza y otro que concluye, para dar paso al siguiente.
Si te animas, puedes leer mi poemario Ahora que me habitas.

 

*paseo en barco